Simple. Predomina un valor casi absoluto. Hay que estar bien con uno mismo. Toda forma de malestar, inconformidad, desagrado son producto de una incapacidad propia, la de no poder encontrar el goce, la obturación de los canales que permiten el bienestar es un problema individual que exige un cambio interior.
Ok. Puedo ver montones de seres a los que se les nota haber perdido la capacidad de gozar, el miedo al placer, la imposibilidad de la entrega, la sonrisa, la fiesta, el convite, el orgasmo. Pero indignarse no es cosa de insatisfechos, de impotentes, de frígidos, casi diría todo lo contrario. Porque uno sabe gozar puede también sensibilizarse con lo inaceptable, lo que da asco, lo que irrita. Amo a una mujer que me da placer hasta la extenuación, siento la dicha más plena cuando veo a mi hija dormir pero quizàs por eso mismo me indigno ante aquellas cosas que pasan del límite, impreciso, difuso pero perceptible, de lo que podemos tolerar. Y hoy hay que ponerle límites a la tolerancia, en nombre del placer y en nombre del sufrimiento, del goce y del dolor, de la dignidad y de la miseria. En nombre de la capacidad irrenunciable a la dicha (felicidad me cuesta) defiendo mi y nuestra condición de seres que sabemos, que no olvidamos indignarnos.