
Qué itinerario tan impensado, que lugar tan diferente al que alguna vez imaginé, que relación tan extraña persiste con tu imagen.
Es como si el dolor más intenso y más soportable a la vez se hubiera contorneado en tu rostro, como si cada uno de los recuerdos que puedo evocar de ese tiempo en que estuvimos juntos sea como una especie de gran compendio del dolor, del sufrimiento y el padecimiento.
Que extraño me resulta de repente que solo pueda evocarte para sufrir, para poner un manto de pena en mi alma.
Que extraño periplo ha tenido esa experiencia que viví con vos.
Es como si tuviera la memoria del sufrimiento y el dolor anclada en tu imagen, en el recuerdo de tantas noches anhelando un gesto una palabra una presencia un afecto
Nunca me había pasado algo así, creo, al menos nunca había podido identificar tan precisamente una experiencia semejante.
Te juro que no hay casi dejos de rencor en todo esto, no hay reproches. Para nada. Me es propio, lo atesoro, es como una especie de albergue dulce y húmedo. Ya tiene un tiempo largo y es ese espacio en el que ciertas melodías me conectan con una pena que se aloja en mi garganta, ya no en mi abdomen pero sí ahí donde uno engendra las palabras.
No quiero verte nunca más, no quiero saber nunca más absolutamente nada de vos pero nunca te olvidaré, nunca dejarás de ser la experiencia del sufrimiento amoroso.
Por ahí otra cosa hubiera podido pasar pero esto yo lo guardo, mi dolor, mi sufrir, mi congoja íntima y espesa, como una miel salvaje que degusto de a bocados lentamente cada tanto.
Nunca más sera otra cosa y eso es en si mismo como el cierre del círculo en el que todo se amalgama en una sola sensación de bruma, niebla y frío, de soledad herida y sufriente que permanece en mí como una intensa y crujiente experiencia inesperada y pasada. Sin culpas, sin condenas, con un destino cerrado. Un dolor que llevaré por siempre como un tesoro de pesares, de llantos y gritos sordos en madrugadas insomnes.