
Voy a escribir en tercera persona, pensó. Es un buen recurso para ejercitar el distanciamiento respecto del padecimiento propio, siguió convenciéndose.
Estaba en el medio del armado de esas estrategias más bien débiles y desesperadas que firmes y racionales cuando le empezó a subir una especie de bienestar inesperado, injustificado. Así, repentinamente, las cosas le empezaron a parecer que andaban bien. En lo personal ese tipo de emociones me suelen asomar luego de un buen café con leche a la mañana, cuando el sol inunda la calle por la que vuelvo del bar a mi casa. Sí, estoy casi seguro de que fue una sensación como esa, pero mientras yo puedo llegar a inferir que le debo esa alegría serena y optimista a los efectos de la cafeína en combinación con el aire matinal, él, en un primer momento no tuvo objeto en el cual ubicar la causa de su estado. Y puedo asegurar que su naturaleza es tan o más racional que la mía, y digo racional aludiendo a esa actitud de tratar siempre de establecer una lógica precisa de los hechos, de poder situar las causalidades de un modo visible y demostrable, objetivo digamos. Es decir que no se trata de alguien dado a las efusividades fáciles, a la emoción espontánea. Su conciencia suele mantener cierto control de las situaciones, lo cual no le impide entregarse intensamente a los vaivenes de su estado de ánimo, lo cual, de todas maneras, siempre ocurre dentro de una considerable visibilidad de sus móviles y circunstancias.
Este no era el caso. Una alegría inesperada y carente de todo móvil crecía sin pausa. Quizás porque no pudo lidiar con un fenómeno interno al cual no pudiera adjudicarle una lógica fue que comenzó a sospechar que de alguna manera su complejo aparato perceptivo estaba registrando un fenómeno que le provocaba ese intenso estado de bienestar. Y, siguiendo esa línea de reflexión, comenzó a entender que se sentía así porque le estaba llegando el registro de ella que a su vez estaba pensando en él. Si, así es, como deduciendo un enigma matemático o un problema de ingenio pensó: esto que siento me lo produce que ella esté pensando en mi, es más, me está extrañando, siento que en estos momentos estoy en su mente, mi imagen está en su cabeza y como un reflejo, como si hubiera una interacción entre las evocaciones y los estados de ánimo, ella recordándome, reconstruyéndome en su mente produce un efecto enfervorizante en mí, renazco, revivo, recompongo mi ánimo. Le resultó convincente su explicación, consideró que su estado era la prueba fehaciente de tales hipótesis. Su lectura se le volvió verosímil, es más, se dijo desafiante, debía permitirse pensar de un modo positivo con pruebas a la vista. Por una vez debía confiar en que sus percepciones, que esta vez imaginaban una realidad amable, favorable, también podían ser acertadas, cosa que solo acostumbraba a hacer cuando estas prefiguraban escenarios de catástrofe, rupturas, el fin de la pasión en ella y cosas de ese estilo.
Ese estado, como si hubiera sido una droga, duró en sí algo más de una hora, se fue diluyendo, sin que él dejara de pensar que efectivamente ella lo recordaba. Continuó en él cierta aurea de positividad durante casi todo el día. Yo, honestamente, no sé si creerle, pienso más bien que a veces la desesperanza puede convertirse en una sensación agradable no importa lo intrincado del proceso que la lleve a ese puerto.