
Me siento parte, me siento incluído en esta multitud dolorida, emocionada. Se me inundan de lágrimas los ojos cuando veo por televisión la gente pasar ante el féretro. Me conmueve intensamente el fervor de jóvenes, de viejitas, de hombres grandes, rústicos con lágrimas en los ojos que buscan establecer contacto con Cristina. Me siento parte de este país. Hago un esfuerzo para entender a los que no se sienten tocados por este momento, me cuesta pero acepto que para ellos esta situación sea ajena, distante, insípida, quizás la ven exagerada o basada en irrealidades. Otra vez como en otros tiempos se me aparece la idea de que hay otro país, de corazones más duros, de sensibilidades más frías, que ante la muchedumbre emocionada, ante los pobres amontonados en hileras interminables sienten rechazo por no decir asco. Habrá que hacer un esfuerzo por compatibilizar esas diferencias. Habrá que encontrar en ellos virtudes que nosotros, los que hoy lloramos, los que hoy estamos dolidos, los que sentimos el irrefrenable impulso de alentar a la Presidenta no tenemos. Habrá que hacerlo para escribir esta vez una historia diferente. Pero eso sí, ellos, los que nos miran distantes deberán aceptar que lo que estamos viviendo es legítimo, intenso y genuino. Que no vengan con que la gente que fue estaba paga, que las llevaron en los micros, que pasaron listas. Ellos también tendrán que revisar sus versiones y su mirada sobre nosotros.