jueves, 12 de abril de 2012

Los camellos en el Corán


En un texto muy conocido en el mundo de la crítica literaria y sus alrededores Borges señala que en el Corán no se mencionan camellos y que tal ausencia no habilita a cuestionar su autenticidad árabe, de hecho, dice él, ese dato corrobora hasta que punto un texto no necesita abundar en referencias locales para certificar su procedencia. Refiere el texto por interpósita persona, la Historia del Imperio Romano de Gibbons o algo así. La cita es clave en su argumentación dado que con ella quiere señalar lo artificial de aquellos que para afirmar su fidelidad con la tierra-cultura originaria despliegan imágenes, modismos, rasgos que hacen a lo "típico", "característico". Él propone que nuestra esencia es más bien cosmopolita, diversa; lograremos autenticidad si asumimos que nuestra identidad cultural es universalista, inmigratoria, surgida de una compleja agregación de influencias provenientes de múltiples latitudes. Hasta aquí el argumento edificado sobre una cita contundente y reveladora.
Hete aquí que un escritor se tomo el trabajo de leer no la obra de Gibbons sino el mismo Corán. Encontró en él no menos de veinte veces la palabra camello.
Quizás sea cierto que nuestra autenticidad tenga una falla de origen, pero no menos cierto es que la aspiración a la universalidad no es tanto una marca identitaria de nuestra cultura como patria, nación o como se le quiera llamar sino más bien una obsesión de cierta capa de intelectuales y artistas que tienden a percibir nuestros contextos, nuestras propias experiencias como desvirtuadas, devaluadas, insustanciales y fatalmente desnaturalizadas. A esta altura lamento esa incapacidad para apropiarse y sumergirse en nuestra propia y auténtica dramaticidad.

miércoles, 11 de abril de 2012

Un método peligroso. Una controversia (entre varias).


Vi la película Un método peligroso de Cronenberg. En una escena Freud está a punto de contarle a Jung un sueño, luego de que él le contó el suyo con lujo de detalles. El vienés se detiene y le dice que si le contara su sueño perdería su autoridad ante él que es su discípulo. La situación es referida por Jung en una escena posterior con indignación y explicíta el quiebre que tal actitud por parte del maestro produjo en la relación, de hecho a partir de ahí el distanciamiento entre ambos se hará cada vez más hondo e irreversible.
De qué lado ponerse en esa disputa discursiva? Fue Jung defraudado en su buena fe y entrega ante quien antes que nada consideró su amigo y confidente? O en realidad la actitud de Freud fue una fría y tajante puesta de límites a un vínculo que por más fraterno que fuera no debía perder según su perspectiva, las referencias jerárquicas y disciplinales que el objetivo científico que perseguían exigía?
Se podría pensar que ante estas dos posiciones uno puede ubicarse y así también definirse. No deben relegarse los afectos, la fraternidad, la "onda" por ningún motivo como parecería plantear Jung? O por el contrario, el principio de autoridad, el lugar jerarquizado del líder no debe ceder ante la fuerza de las emociones y la empatía? Podría simplificarse la disputa al extremo: la mente o el corazón? No sé, se trata de una controversia. Por mi parte me declaro a favor del maestro. Porqué? Quizás porque me gustan los líderes que se hacen cargo de su rol y de su empresa y no ceden por ello ante nada. Quizás porque yo soy más bien como el discípulo.