miércoles, 15 de enero de 2014

Lo occidental en mí


Escucho obras de Beethoven. Imagino los momentos en los que esas obras se interpretan por primera vez. Escuche por ahí que cuando se estrenó la sinfonía Nº 7 la impresión que causó fue muy grande y escuchándola hoy (me despego del uso y abuso que se hizo a esta altura de la obra) uno no puede dejar de pensar que efectivamente haber asistido a su estreno debe haber sido una experiencia espiritual desbordante, un acontecimiento cultural absolutamente único, una de las mejores escenas que pudo haber producido el iluminismo, la era de la razón, esa que luego ofrecería otras muy desgraciadas.
Me provoca cierta fascinación imaginar esos auditorios dispuestos a escuchar obras musicales en las que no circula ningún significado literal, en los que se disfruta de una serie de combinaciones sonoras que no tienen ninguna precisión textual. Me parece que hay una relación muy fuerte entre este tipo de experiencias que sin dudas para entonces, fines del siglo XVIII principios del XIX, ya se reproducen en ámbitos más amplios que los cortesanos donde estas prácticas comenzaron, y la producción filosófica, literaria, teórica y científica que se fue produciendo a lo largo de unos cuantos siglos.
Entiendo que su estudio es un tanto complejo claro porque la música instrumental ya sea de cámara o de orquesta tiene un alto grado de especificidad y de abstracción. Otro es el caso de la ópera o de obras cantadas en las que el recurso de los textos permite una decodificación más "precisa", con un soporte argumental que organiza y enmarca los significantes sonoros, pero esta práctica, es decir la producción y reproducción de este tipo de obras sin significado textual, su expansión a ámbitos que exceden progresivamente al cortesano, la consolidación de un público consumidor de las mismas (cuentan que cuanto la 7ª se estrenó hubo que repetir a pedido del público el segundo movimiento -estamos hablando de un estreno!-) son un exponente muy claro del momento de auge, me arriesgo a decir del máximo, de la cultura occidental y de la era iluminista.
Me identifico como musicalmente omnívoro, sin embargo no puedo dejar de reconocer que este tipo de obras me producen las más profundas emociones estéticas. Realmente me encantan con intensidad y pasión siempre renovada y vital. Se trata de una forma no culposa de admitir lo occidental en mí.