miércoles, 3 de mayo de 2017

El chico que corre a mi lado

La situación: Mañana soleada y templada de otoño. La saludable rutina del ejercicio matinal esta vez incluye la bici. A la par un joven (entre 20 y 30 ponele) trota. Compartimos el sol y ese aire tranquilo que en un rato estará invadido de humos y ruidos. Pedaleando supero al runner y reparo en sus zapatillas: son del tipo de las viejas Flecha o las más modernas Converse. El modelo que eligió o que dispone para la actividad es definitivamente inconveniente. De acuerdo a varios estudios confiables la saludable práctica de correr durante un lapso mayor a treinta minutos puede tener consecuencias negativas si no se realiza con el calzado apropiado. He sufrido en carne propia esos descuidos sumado a la desatención en el estiramiento previo. El muchacho en cuestión sigue corriendo, aún escucho su trote y no puedo dejar de poner la atención en el ruido de esas suelas planas y delgadas.
La cuestión: ¿Qué hago? ¿me incumbe? ¿Es problema mío que probablemente sus articulaciones y algunos de sus músculos se resientan e inclusive se lesionen? ¿No es un acto de mezquindad insalvable quedarme con una información fehaciente que atañe directamente a su salud? Por el contrario, ¿qué derecho tengo a inmiscuirme en su soberana decisión de correr con el calzado que le venga en gana? ¿porqué meterme en su momento de ejercicio que en general supone un tiempo esencialmente personal, una práctica de soledad saludable?
Las conjeturas: Sigo mi marcha en silencio. Supero el momento, olvido el golpeteo de las suelas, al muchacho, la mañana, las tendinitis, pero en mi interior retumban y se ramifican preguntas. Cuánto nos preocupan los problemas de los demás, cuánto derecho tenemos a intervenir en pesares ajenos, cuáles son los medios por los cuales podemos identificar y aseverar con certeza que aquello que diagnosticamos es efectivamente lo que el otro está padeciendo y por lo tanto que lo que proponemos es adecuado para el otro.
Pienso que por más virtuosa que pueda sonar la preocupación, la motivación; de todos modos deriva más veces de las que uno quisiera en sometimientos, abusos, opresiones. En algún momento de esta minúscula cadena de percepciones, emociones, razonamientos y procedimientos una o varias cosas se desalinean, desajustan, tergiversan, confunden. 
Para cerrar: Una circunstancia trivial, de notoria intrascendencia me permite pensar la relación entre la sensibilidad, la capacidad de sufrir lo que le pasa al otro, empatía creo que es, y el accionar sobre lo ajeno. Me parece que son preguntas de hondura política, medio vanidosamente intuyo que son de las que tramitan cuestiones primordiales, iniciales, originarias de la legitimidad del poder.

7 comentarios:

Orson Díaz dijo...

Sufrir lo del otro siempre fue un acto subversivo. Y hacia allá nos van enviando.

francisco estrada dijo...

Les tendremos que agradecer que nos impiden olvidar que siempre fuimos subversivos. Te quiero.

Unknown dijo...

pienso en una ciudad de nuestro eterno país, con pocos habitantes, y calles angostas doble mano; pienso que ahí, el hombre en bici le dice al pibe: "cambiá los llantas"; pienso en qué distancia necesita el lazo social para acontecer y hacerse vínculo; pienso que mi libertad no termina en el otro, sino que ahí se expande y se hace trama; pienso, vanidosamente, en que aquí hay algo primordial, inicial, originario...

francisco estrada dijo...

Mi libertad no termina en el otro, sino que ahí se expande y se hace trama. La libertad como una conexión con el uno y el otro. Nunca lo había pensado así hasta este momento. Gracias al vanidoso pensamiento de una compañera de la vida.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Delicada frontera de discernimiento ¿Silencio como operación acertada? ¿palabra como intervención lacerante, iatrogénica? o al revés. Encrucijada entre intuición, razón, co-operación y eficacia benéfica del propósito.

Mario dijo...

Gracias Francisco ,lo comparto..